miércoles, 26 de octubre de 2011

-El juego-

El juego consistía en el olvido,
en dejarnos para los buenos recuerdos,
alguna memoria distante una noche
junto al mar en conversación con tu nieto,
como quien recuerda al pájaro herido
de cerbatana por su piedra
o la forma inconstante de una nube de verano.
Pero un dios itinerante y vagabundo
hizo de su ato un milagro
y nos volvimos a encontrar
con los mismos ojos
y las mismas legañas
mas con el cuerpo cárdeno:
navajazos, sietes, desgarrones...
Tú dijiste "sé bueno, pórtate bien",
y yo te dije lo mismo.
Así de la oscuridad, volvió la luz;
de lo irreal, se hizo la mañana
y en el silencio se oyó tu risa
como una proa ardiente
avanzando sobre las aguas.

lunes, 24 de octubre de 2011

Mi vida bajo la mirada de ETA (Parte II).

¿Cuántas máscaras puede adoptar en el ajedrez un jugador? Tiene que pensar como un temeroso peón al empezar la partida; decidido si va con blancas, precavido si sale con negras, pero luego ser osado como un alfil, temible si mueve caballo o torre, y finalmente actuar como una despótica reina, señora de la vida y de la muerte, cuando maneja la más importante pieza del tablero: la que acorrala, vence, salta por encima de todo y da el jaque mate fatal. Así es el reino de ETA, lleno de caballeros de coraza y espadas filosas, y de humildes y tranquilos peones hechos de blanco marfil. Algunas de las personas más entrañables e íntegras que he conocido han militado toda su vida en eso que ahora llaman el complejo ETA-Batasuna, pero que hace años era Herri Batasuna, 'Unión Popular', o si se prefiere 'Frente Popular', un partido seguido por humildes trabajadores, muchos de ellos inmigrantes de Galicia, de Extremadura y Andalucía, que no dudaban ante la ola de reconversiones industriales, mentiras oficiales y paro en dar su apoyo en las urnas a la formación.

No diré aquí su nombre, pero mi familia era conocida de un concejal de Herri Batasuna de mi pueblo, Barakaldo. Un día acompañaba a mi padre al Ayuntamiento y coincidimos con él en el ascensor. Se saludaron y bromeando aquel hombre dijo que había que acudir más al Ayuntamiento, que ojalá todos los ciudadanos fueran. "Es la casa del pueblo", remacho con una amplia sonrisa antes de bajarse en su planta. Ahora, cada día que entro en un Ayuntamiento para hacer mi trabajo de reportero, recuerdo esa frase y mis nervios y mi proverbial timidez se atemperan un poco. Me siento más cómodo y tranquilo.

La otra gran persona de la llamada izquierda abertzale que marcó mi vida es el gran Pedro Solabarria, 'Periko' para sus amigos. Ahora sí escribo su nombre con reverencia y afecto. Sacerdote obrero en los años sesenta en el pueblo de Santurtzi, donde gente como mi madre venida de lejos crecía sin un céntimo en sus bolsillos, Perico no dudaba en ir a trabajar a destajo a obras y todo lo que le echaran para darle el dinero a las familias necesitadas. A su mesa nunca faltaba un plato y un trozo de pan a quien así lo pedía. Los niños se colgaban de sus ropas y parecían pájaros prendidos a un maniquí de esparto con su seca figura y una boina calada sobre su inabarcable sonrisa. El año pasado estuve con él, me saludó con afecto y mucha gente se acercaba a él para darle la mano. "No ha hecho más que ayudar", resumió un compañero de profesión de un periódico nada complaciente con los posicionamientos abertzales. Estos son también los rostros cambiantes de Batasuna, sus honrados peones.

Después del asesinato de aquellos tres policías en Zorroza no recuerdo mucho más sobre la actividad armada. Se alejó un poco de mí o yo me alejé para concentrarme en la pérdida del paraíso y la llegada a la adolescencia. Sí recuerdo estar en la Casa del Pueblo de Portugalete tomando unos potes siendo consciente de que allí mismo unos asesinos de Jarrai habían tirando cócteles molotov en 1987 matando a María Teresa Torrano, un ama de casa cuyo único crimen había sido estar en ese mismo lugar donde estaba yo. También recuerdo la expectación levantada en 1992 con la detención de la cúpula de la organización en Bidart y ver por primera vez los telediarios con los ojos del adulto en ciernes que iba a ser tratando de desentrañar qué significaba el encarcelamiento del colectivo Artapalo; a la postre el inicio de la decadencia de ETA. Nunca la máquina de matar volvería a ser tan eficiente, a estar tan engrasada.

La salida del entorno protegido de un apagado colegio religioso donde incluso poníamos el belén, y lo más revolucionario que se podía hacer era colar un caganet, a un instituto con sus reivindicaciones, sus asambleas, sus posicionamientos políticos y sus huelgas supuso toda una experiencia vital y un choque. Yo no lo sabía, pero la hiedra estaba allí, trepando con sus grandes hojas por las paredes de piedra, infiltrándose en las aulas donde por primera vez podía debatir, aprender. Un día era en forma de huelga puntual por la detención de algún miembro de la banda o la muerte de sus 'gudaris' en un tiroteo o al explosionarles el mismo artefacto que iban a colocar en los bajos de un coche. El comisariado político del instituto leía un manifiesto, convocaba una protesta y toda los borregos voluntarios salíamos detrás sin saber muy bien qué estábamos defendiendo, respaldando. Una ambigua mezcla de rebeldía, testorena en marcha y libertad nos embargaba. Como en todo estaban los comprometidos con la causa, la iluminada intelligentsia que ya vestía el uniforme oficial del movimiento: pendiente, camiseta alusiva a los presos o a la libertad de Euskadi, riñonera de marroquinería, lauburu al cuello; y luego los que aprovechábamos la movilización para hacer pira, ir a jugar a las recreativas o empezar a hablar de una de las pasiones más perdurables que me ha quedado de todo aquello: el cine. Despreocupados chavales de 13 y 14 años ajenos al gran lavado de cabeza igual a los discursos de Franco, al rezo por José Antonio de la mañana, a las juras de lealtad a la patria, hablando de Quentin Tarantino y de Stanley Kubrick, de Steven Spielberg y Oliver Stone, de cineastas que abrían puertas a nuestra párvula imaginación y nos sacaban de aquella oscura y húmeda sacristía forjada a base de dogmas, de textos sagrados, de milagros.

Un día, los fieros sacristanes te obligaban a formar por una ocupación policial en la Universidad (de cualquier modo está tan mal que los uniformados entren en una universidad como que alguien te obligue a firmar algo); otro día, la casta sacerdotal te imponía una encerrona o una marcha por los pasillos; al otro, era un sacrificio humano en forma de calladas sonrisas de complicidad. La cristología era variada y dependía de las circunstancias, aunque toda se movía en el ámbito del apoyo a la dama oculta del bosque, seria y dramática, y a sus aguerridos acólitos en las cárceles que el Estado había empezado a diseminar por todo el territorio nacional para, en teoría, evitar que Medea, la devoradora de hijos, los alienara y manipulara a su antojo hasta crear un ejército de bárbaros en sombra. En verdad nadie debería cumplir una pena carcelaria demasiado lejos de sus seres queridos y de su patria chica. No lo dicen las buenas intenciones, lo dice la Ley y el sentido común humanitario, que es más importante que la Ley.

'Presoak etxera' (los presos a casa) se convirtió en el nuevo grito de guerra de la tribu, acompañado por su vistosa enseña donde junto a un mapa de la mítica Euskal Herria de siete herrialdes, el yugo, que cada vez parecía más y más grande, aparecían unas cinéticas flechas reclamando el acercamiento de los encarcelados de ETA a cárceles vascas. Ya he dicho que no es desmedida tal petición, incluso es justa, lo desmedido es la presencia abusiva desde entonces del yugo y flechas por todas partes, símbolo del ojo único de la Judith fanática e insobornable. El haz de luz rojo y frío de HAL en '2001' mientras observa la clínica muerte diseñada por él de los astronautas. Flechas, y yugos en fiestas patronales, en bares y en pañoladas al cuello. Yugo y flechas en partidos de fútbol, en banderas, boinas y trompetas. Flechas y yugos en camisetas de chicas que te gustaban, en colgantes y anillos. Hasta en monedas, en libros, en piercings y tatuados la permanente conciencia de que la mirada del Gran Hermano estaba sobre ti día y noche, en tus momentos de felicidad y de amargura, en tus polvos y en tus fiestas, susurrándote al oído: "No me he ido, te vigilo".

(Continuará)

domingo, 23 de octubre de 2011

Mi vida bajo la mirada de ETA (Parte I).

Nací el 24 de noviembre de 1979. Entonces ETA ya tenía 20 años y, como todo joven, estaba en la flor de la vida. Ese año asesinó a 76 personas, el segundo más sangriento en la historia de la organización, sólo superado por el que habría de venir, donde 89 personas perdieron  la vida a manos de los terroristas. Cuatro días después de mi nacimiento la banda acabó con la vida de tres agentes de la Guardia Civil en un bonito pueblo de Guipúzcoa, Azpeitia. Soy, por tanto, un hijo del plomo, alguien que ha crecido bajo la monopolizadora mirada de ETA.

Crecí y poco a poco ETA empezó a entrar en mi vida. En los bajos de mi propio edificio había a principios de los ochenta un supermercado pequeño, pero bien abastecido. Tenía hasta carnicería y pescadería propias y unas estanterías repletas donde yo me perdía sentado en el asiento abatible del carrito de la compra. Lo regentaban dos socios, Luis y Miguel. Una mañana oí a mis padres comentar que Miguel se había marchado junto a toda su familia porque "los habían amenazado". Sólo años después me enteraría de que ETA les había exigido el pago del llamado 'impuesto revolucionario', una extorsión mafiosa en dinero que entonces alcanzaba incluso a los más modestos tenderos. Miguel no pudo soportar las amenazas y dejó su parte. Un poco más lejos, en el centro de Barakaldo, Ramón, un peluquero al que iba mi padre, también tuvo que cerrar presa de la angustia y del miedo, esa palabra que entonces se fabricaba en nuestras calles en serie y lo llenaba todo de otra palabra cuya producción también podríamos exportar: silencio.

Tuve una infancia muy feliz, es cierto. No fui a los parvulitos hasta los cuatro años y junto a mi prima Janire corría con triciclos por las calles de Portugalete y Santurtzi, donde vivían nuestros abuelos maternos, ajeno a la inacabable cascada de crímenes: 30 en 1981, 36 en 1982, 32 en 1983. Al año siguiente, ocurrió algo que me marcó de manera indeleble. El 23 de febrero de 1984, miembros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas -una escisión de ETA en realidad, lo mismo con otro nombre- asesinaron al senador Enrique Casas en la puerta de su domicilio. Me recuerdo muy niño metido en la cama de mis padres con el cobertor hasta mis ojos oyendo la voz de un locutor de la cadena SER que hablaba desde el lugar de los hechos describiendo un "charco de sangre". Esa es la imagen mental que desde entonces asocio a ETA: los charcos que yo conocía tan bien de nuestros eternos días de lluvia y la sangre roja y espesa que borbotaba de mis heridas de crio un tanto trasto.

Mi padre trabaja desde su juventud en la empresa de autobuses urbanos de la margen izquierda de la ría del Nervión. Los fines de semana mi madre y yo viajábamos desde nuestra casa en Barakaldo a la de mis abuelos en Santurtzi y luego, sobre las ocho de la tarde, volvíamos en autobús. Pero había días que no podíamos. Sonaba el teléfono y era la voz de mi padre desde una cabina telefónica: "han detenido a alguien y nos retiran, luego voy a buscaros con el coche". Una detención de un miembro de ETA era sinónimo de manifestaciones en Bizkaia que desenvocaban en barricadas de fuego, quemas de autobuses y encontronazos con la Policía Nacional que disolvía con contundentes y exageradas cargas las protestas. En una de ellas, en Bilbao, junto a las vías del tren, un grupo de ciudadanos, entre los que estábamos mis padres y yo, nos vimos atrapados en el fuego cruzado. Locos de terror escapamos todos a través de las vías de los pelotazos de goma, de las porras y de las piedras de los manifestantes mientras ametrallaban mis oidos los "Gora ETA militarra", "Gora Euskadi askatatu" como latigazos en la noche. Aún nos veo junto a aquellas personas -madres, personas mayores, niños también- con el rostro desencajado corriendo entre las vías y a mi padre llevándome en volandas bien agarrado contra su pecho, como si huyéramos de un jinete oscuro lleno de odio.

Fines de semana cercado en Santurtzi, el miedo a que un grupo de Jarrai atacara el autobús que conducía mi padre con cócteles Molotov, esa ley no escrita que te decía que ni en la calle ni incluso con la propia familia en Navidad se hablaba de política. Y por supuesto la presencia permanente del caballero de la muerte por todas partes, como una peste silenciosa y oscura que poco a poco hacía desaparecer a los marcados: policías sobre todo, algún que otro político, supuestos chivatos, camellos de poco pelo... Muerto sobre muerto bajo el sirimiri, esa lluvia del norte que cae aquí 300 días al año y que llena este paisaje de una asombrosa y trágica belleza romántica. ETA era la matanza de Vic y la mirada perdida ante el horror de aquel agente de flequillo negro con la frente ensangrentada. Era Irene Villa con sus dos piernas mutiladas gimiendo de dolor en brazos de un hombre. Era un autobús en una plaza madrileña con doce personas muertas en su interior. Era  una bomba que le estallaba a unos militantes cuando iban a ponerla y las esquinas se llenaban de ikurriñas con crespones negros y velas. Era también su reverso tenebroso: la tortura y el GAL, los desaparecidos. Era el nombre de un ceremonial de la muerte con sus esquelas, sus plañideras, sus funerales, con ese inabordable oprobio que te embarga cuando ves un supermercado de Barcelona humeando por un coche-bomba o sabes que un cartero en Renteria ha quedado despedazado por una carta con explosivo que iba dirigida a algún periodista que sólo hacía lo que yo hago ahora. Escribir.

Un día los cascos fúnebres del jinete se acercaron a mí. El 24 de mayo de 1989 una bomba-trampa escondida en el maletero de un coche estacionado junto al ambulatorio de Zorroza estalló segando la vida de un ertzaintza y dos artificieros de la Policía Nacional a los que no les quedó más remedio, como obedientes corderos, que hacer su trabajo y acudir al matadero. Zorroza está cerca del colegio salesiano donde cursé la EGB y la mitad de mi clase vivía allí. Ese mismo día, durante las fiestas en honor a María Auxiliadora, recuerdo las descripciones de mis compañeros al borde del colapso nervioso: la explosión a las siete de la mañana que los había sacado de las camas entre gritos de terror y llanto, huracanes de fuego en la calle, el olor a carne quemada, las manos y piernas que aparecieron en algunos balcones, el ojo mutilado, azul y hermoso, de un hombre en una acera. Un ojo sin párpado abierto del todo mirando sus caras. Lívidos los escuchaba desahogar su temor y luego nos juntamos todos ese mismo día donde creo que dejé de ser niño, perdí la fe para siempre y se nos llenó la cara de tristeza y de ceniza. No he vuelto a rezar en mi vida.

(Continuará).

sábado, 8 de octubre de 2011

-No faltaba nadie-

Estaba la mesa de roble y no faltaba nadie.
Entonces ya estaban enfermos
y tú habías prometido que harías todo lo necesario
para volver a creer en los milagros.
Alicia llamaba todos los días con la esperanza
de que en Bilbao hubiera una cama
que en mis sueños estaba siempre cerca de la ría
donde casi nos ahogamos en 1983,
o en 1978.
Era agosto y hasta la alegría era niña,
¿no te acuerdas?
¡Pero si desede el balcón el sol del agua
llegaba a nuestras rodillas!
Y allí Alicia se reía como una loca.
Ella, que nunca vio las laminak.
Ella, que nunca leyó a Etxepare.
Ella tan seca de ese barro que un Guardia Civil
limpió antes de que lo asesinaran por la espalda.
En fin, pero mira
cómo del fango y de la absoluta falta de milagros,
poco a poco, surgimos nosotros.
Decid que sí, y cerrad los ojos,
a poco que lo penséis
no falta nadie a la mesa de roble.

(Poemas a Alicia)

martes, 4 de octubre de 2011

Lady Gaga y la historia de la belleza

"¡Busquemos la belleza!, se proclamaba desde las radios mientras Lady Gaga salía de un huevo gigantesco en los últimos premios MTV. ¿Existe acaso una historia de la belleza, como escribió Eco? Nuestra imagen pública es tan importante que nos morimos por saber si encajamo0s en cánon occidental de la hermosura. 

El ideal de la belleza objetiva ha estado siempre muy presente desde que los griegos inventaran aquello de la proporción áurea, las medidas del ideal de belleza física y arquitectónica en el que se basan tanto la obra de Fidias como el Coliseo romano, la Victoria de Samotracia como el David de Miguel Ángel. Ese ideal de belleza basado en unas medidas 'doradas' de base poético-científica se mezcló acertadamente con otra proporción de corte más divino, que es la existente en la Biblia, ejemplificada cuando, por ejemplo, Jahvé ordena varias veces las medidas exactas de ciertas construcciones como el Templo de Salomón o el arca de la Alianza.

 Así Europa asimiló en sus raices un principio matemático y otro divino de la belleza que se reflejan con puntillosa geometría en el gótico: nunca la arquitectura y la matemática estuvieron más puestas al servicio de dios y del ideal de la belleza espiritual. ¿Qué había de la temporal? Hubo que esperar al renacimiento y a su hermano oscuro, el barroco, para disfrutar por una parte de cuerpos perfectos y henchidos como el David de Miguel Ángel y las pinturas rafaelitas y, por otro, de torsos desgarrados pero transidos de profunda humanidad que es la imaginería católica que todavía podemos er en nuestras calles en Semana Santa: un sentido de la belleza doloros que prepara otro tránsito más en la idea de lo hermoso.

Si bien el neoclasicismo y los diferentes estilos de belleza de las cortes europeas no ofrecieron nada nuevo bajo el sol a lo visto antes -salvo cierta exageración superflua-, fue la enciclopedia, las luces y la ola secularizadora que recorrió Europa de la mano de las revoluciones liberales la que descubrió la belleza del pueblo, de los sans-culottes y de la clase trabajadora más adelante. Los ojos se vuelven hacia lo históricamente invisible, lo que nunca había sido retratado antes; así se convierte en icono de belleza a la mujer trabajadora, al minero, a la prostituta y al campesino: es el tiempo del romanticismo y su idílica visión de los pueblos originales y del naturalismo y su denuncia socialista de los males de la industrialización que finiquitan un orden natural de lo bello.

 Por otra parte, la vanguardia artística guiada por la estela de la filosofia del siglo XIX y de los avances científicos crea un cánon de belleza diferente. ¿Es bella la fugacidad casi onírica del expresionismo? ¿Son bellas las mujeres angulosamente deformadas de los cuadros de Picasso? ¿Son bellas las exóticas visiones de un Gauguin perdido en el Pacífico? ¿Es bella, por último, acaso la maquinaria descrita por Marinetti y sus amigos modernistas? Tan bella que cuando destroce a los soldados franceses y alemanes en las trincheras de Verdún muchos se echarán la mano a la cabeza y abominarán de la máquina y sus efectos, soñando con volver a los tiempos míticos en que una raza de hombres perfectos y puros, deudores de la belleza áurea original pero divorciados radicalmente de la sombra de dios, volverá a mandar sobre la tierra: son los primeros chispazos del nazismo, que luchó a brazo partido contra la 'cultura degenerada' proveniente para ellos de una conspiración judía en todos los órdenes impulsada por la plutocracia financiera de Estados Unidos.

 A la postre el triunfo político de este país y el de su sociedad multirracial ha venido a asentar el auge de la polisemia de bellezas posibles, donde lo afroamericano se mezcla con la herencia europea sin desdeñar los aportes indígenas originales. Hoy la belleza es menos canónica que nunca. En la fiesta de la globalización muchos son los que siguen lo extravagante como un reverso maléfico y divertido del ideal clásico. Que alguien como Lady Gaga se haya convertido en un icono de estos tiempos dice mucho de nuestra preocupante falta de una idea de la belleza totalizadora.

sábado, 1 de octubre de 2011

-Puñados-

(Poemas a Alicia)

Pequeños puñados de nada
somos tú y yo.
Tu ropa y mi ropa,
tu desnudo y mi arado.
Levantar, ¡cada día!
Y hacer de ese día algo tan tremendo
que cada día,
ese día,
seas tú,
Alicia.
Eso somos
con nuestros paracaidas.
cada a uno a un lado.
Esta es nuestra pequeña faz
en una miga de paraiso