miércoles, 29 de febrero de 2012

'The artist' se ríe del cine

Guardo en la memoria varias escenas del cine mudo que me acompañan: Abraham Lincoln firmando la autorización para que se construya el ferrocarril que unió Estados Unidos de costa a costa en 'El caballo de hierro', de John Ford; la necesariamente silenciosa modernidad de 'Metrópolis'; unos bárbaros con capuchas latigando negros en 'El nacimiento de una nación', de Griffith; los hambrientos marineros rusos del acorazo Potemkin quitando gorgojos a sus galletas en la película homónima de Serguéi Eisenstein y por supuesto los cortos de Chaplin, Keaton, Lloyd, Laurel y Hardy y demás tropa siempre con una tarta en la mano dispuestos a enchufársela en la jeta a un agente de la porra.

El cine 'mudo' sólo es cine al fin y al cabo. Trata con pesada lentitud tanto las biografías del 'Napoléon' de Abel Gance como el primer Moises de Cecil B. de Mille. De igual manera en él conviven los dramas existencialistas de Pudovkin con el 'joi de vivre' del Hollywood de la década del jazz donde Mary Pickford y Gloria Swanson eran reinas y Rodolfo Valentino el príncipe de ese mundo soñado a los pies de la urbanización 'Hollywoodland' que tan bien retratara Billy Wilder en 'El crepúsculo de los dioses' o directamente ridiculizaran a golpe de coreografía Gene Kelly y Debbie Reynolds en 'Cantando bajo la lluvia' (Stanley Donen, 1952).

Dos películas estas últimas muy relacionadas con la reciente triunfadora en los Óscar, 'The artist'. Una cinta que sólo pasará a la historia por ser la primera película sin sonido que consigue el galardón desde 1928, antes de que 'El cantor de jazz' se llevara por delante al cine mudo para siempre. Y es que ninguno de los citados antes rodaron bajo las reglas de la pantomima porque así vivieran en un arte de atmósfera más pura, sino por una simple limitación técnica: no había manera de sincronizar una banda de sonido con los fotogramas que contenían las imágenes. Y ese es todo el misterio y la grandeza del cine mudo.

Hoy la limitación se ha vuelto pericia técnica. Novedad. Y por todas partes se celebra la vuelta a la cueva original. Como si la pintura medieval fuera de mayor consistencia que la de Velázquez, ese fatuo buscador de perspectivas, espejos y profundidades, o la música de una mancuerna superior a Bach en su humilde fidelidad a los sonidos ancestrales.

'The artist' alberga virtudes en su producción para merecer reconocimientos, pero en realidad no aporta demasiado al cine y su revisitación del mudo, si se compara con los originales, es deformada y burlesca. Convierte al cine anterior a 1929 en una suerte de carrusel de 'slapticks', cuando resulta que este género era sólo una pequeña parte de las producciones de la época. El drama, el cine del oeste, las recreaciones históricas, el género detectivesco e incluso el bíblico ya estaban presentes sin que exista en ninguno de ellos actuaciones tan afectadas, lentejuelas, boas y sonrisas.

En realidad 'The artist' no habla en absoluto del cine mudo sino de la idea del cine mudo que tiene una gran parte del público, el que sólo ha visto las interpretaciones de Chapin o Keaton en los cortos que hoy en día ya te asaltan incluso en los autobuses interurbanos. Con ella se corre el riesgo de borrar de la memoria colectiva la mayor parte del legado cinematográfico antes de la llegada del sonoro. Nadie que se acerque a la riqueza del cine anterior a 1929 con las anteojeras de 'The artist' sabrá apreciar el trabajo de montaje, espectáculo e interpretación de Griffith, la introspección en el alma humana que se hace en una película como 'La madre' o los trucos de prestidigitador que ejecuta Mèllies ante nuestros ojos.

Al igual que toda franquicia para ser consumida compulsivamente, 'The artist' empobrece nuestro paladar, nos ofrece una versión baja en calorías y apta para todos los públicos de una etapa particular del cine. Hoy, aplaudida. Mañana, como otros juguetes rotos que pretendían resucitar cierta tradición cinematográfica para su venta masiva, será olvidada. Ahí está 'Chicago'. Ahí está 'El paciente inglés' o 'Cool Mountain' -el melodrama por el melodrama. ¿Quién se acuerda de ellas? El cine vende entradas, pero no está en venta. La mejor película no es la de ayer, es el que está a punto de estrenarse. Nunca volveremos a Casablanca. Tenemos que seguir mirando adelante.

lunes, 27 de febrero de 2012

No devuelvan el tesoro del Odyssey

Nada más oler el oro los oportunistas reyes Midas han empezado a pedir que el llamado 'tesoro del Odussey' sea devuelto a sus originales dueños, esto es, los americanos de cuyas minas partió hace siglos con destino a España bajo la forma de monedas con la efigie del rey Carlos IV. El procedimiento legal, argumentan, sería que los gobiernos latinoamericanos lo reclamaran al ser los depositarios de la original soberanía indígena, los representantes en el tiempo actual de los mineros que palmaron en las infames minas de Potosí doblando el espìnazo para acuñar los doblones. Cuestión de genética y de legitimidades históricas.

Supongo que no serán los gobiernos latinoamericanos formados por una interesante casta política de mestizos los que harán tal reclamo, porque entonces esas personas, descendientes en muchos casos de españoles, también deberían pagarles a sus oprimidos hermanos de ADN más puro. Para paliar esta afrenta propongo la formación de una sociedad basada en las leyes raciales y en los estatutos de limpieza de sangre. En el extremo más alto estarían aquellos que consiguieran demostrar mediante análisis y documentos no haberse contaminado nunca con la militarista e imperialista raza española. A ellos habría que devolverles el oro y la plata (arrancado supongo de buena parte del arte europeo de los siglos XVII y XVIII, pero qué demonios, ¿quién quiere neoclasicismo pudiendo devolver altares, retablos y joyas a quien realmente pertenecen?), aparte de devengarles intereses acumulados en los últimos 300 o 400 años; en el siguiente escalafón, los que sólo hayan tenido uno o dos cruces con europeos, y de esta manera llegaríamos hasta el mestizo de pura cepa, por no hablar ya del emigrado de otra parte, especialmente si es de Europa, al que reduciríamos a la esclavitud y lo usaríamos de gladiador en algún circo, que también la gens tiene derecho a volver a viejas tradiciones.

 Pero por si esto no fuera suficiente, habría que ver cómo se distribuye esa riqueza dentro del territorio americano, porque no sería justo de entrada que los mexicanos y los peruanos residentes en Cuzco -descendientes a su vez de agresivos imperios militaristas que sojuzgaron a otras nacionalidades- recibieran lo mismo que los pobres pueblos oprimidos que los rodean. De esta forma, los mexicanos de Guerrero, Chiapas y Oaxaca deberían recibir más cantidad de metales que los de la antigua Tenochtitlan -a la que sería preciso devolver a su forma original sopesando el reestablecimiento de los sacrificios humanos, que es lo propio de la 'Venecia' de América-, ya que también tuvieron que sufrir los rigores, manu militari, del ejército mexica; y los argentinos y bolivianos -territorio de expansión de los incas- en compensación por sus incontables sufrimientos pasados.

De esta forma, deshilando la historia como una madeja lista para nuestro divertimento, conseguiremos ser históricamente justos y hacer un buen uso del tesoro que ya no estará nunca en ningún museo para que la gente aprenda el relato histórico de cómo se consiguió y fue acuñado, qué horribles sufrimientos tuvieron que padecer quienes en tales condiciones 'trabajaron', cómo unas nacionaes sojuzharon a otras y las usaron como caja de caudales para mantener a autócratas en el poder. Convertidos en colgantes para oligarcas y anillos de compromiso para la clase alta peruana los doblones callarán para siempre su trágica historia.