lunes, 27 de febrero de 2012

No devuelvan el tesoro del Odyssey

Nada más oler el oro los oportunistas reyes Midas han empezado a pedir que el llamado 'tesoro del Odussey' sea devuelto a sus originales dueños, esto es, los americanos de cuyas minas partió hace siglos con destino a España bajo la forma de monedas con la efigie del rey Carlos IV. El procedimiento legal, argumentan, sería que los gobiernos latinoamericanos lo reclamaran al ser los depositarios de la original soberanía indígena, los representantes en el tiempo actual de los mineros que palmaron en las infames minas de Potosí doblando el espìnazo para acuñar los doblones. Cuestión de genética y de legitimidades históricas.

Supongo que no serán los gobiernos latinoamericanos formados por una interesante casta política de mestizos los que harán tal reclamo, porque entonces esas personas, descendientes en muchos casos de españoles, también deberían pagarles a sus oprimidos hermanos de ADN más puro. Para paliar esta afrenta propongo la formación de una sociedad basada en las leyes raciales y en los estatutos de limpieza de sangre. En el extremo más alto estarían aquellos que consiguieran demostrar mediante análisis y documentos no haberse contaminado nunca con la militarista e imperialista raza española. A ellos habría que devolverles el oro y la plata (arrancado supongo de buena parte del arte europeo de los siglos XVII y XVIII, pero qué demonios, ¿quién quiere neoclasicismo pudiendo devolver altares, retablos y joyas a quien realmente pertenecen?), aparte de devengarles intereses acumulados en los últimos 300 o 400 años; en el siguiente escalafón, los que sólo hayan tenido uno o dos cruces con europeos, y de esta manera llegaríamos hasta el mestizo de pura cepa, por no hablar ya del emigrado de otra parte, especialmente si es de Europa, al que reduciríamos a la esclavitud y lo usaríamos de gladiador en algún circo, que también la gens tiene derecho a volver a viejas tradiciones.

 Pero por si esto no fuera suficiente, habría que ver cómo se distribuye esa riqueza dentro del territorio americano, porque no sería justo de entrada que los mexicanos y los peruanos residentes en Cuzco -descendientes a su vez de agresivos imperios militaristas que sojuzgaron a otras nacionalidades- recibieran lo mismo que los pobres pueblos oprimidos que los rodean. De esta forma, los mexicanos de Guerrero, Chiapas y Oaxaca deberían recibir más cantidad de metales que los de la antigua Tenochtitlan -a la que sería preciso devolver a su forma original sopesando el reestablecimiento de los sacrificios humanos, que es lo propio de la 'Venecia' de América-, ya que también tuvieron que sufrir los rigores, manu militari, del ejército mexica; y los argentinos y bolivianos -territorio de expansión de los incas- en compensación por sus incontables sufrimientos pasados.

De esta forma, deshilando la historia como una madeja lista para nuestro divertimento, conseguiremos ser históricamente justos y hacer un buen uso del tesoro que ya no estará nunca en ningún museo para que la gente aprenda el relato histórico de cómo se consiguió y fue acuñado, qué horribles sufrimientos tuvieron que padecer quienes en tales condiciones 'trabajaron', cómo unas nacionaes sojuzharon a otras y las usaron como caja de caudales para mantener a autócratas en el poder. Convertidos en colgantes para oligarcas y anillos de compromiso para la clase alta peruana los doblones callarán para siempre su trágica historia.

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