miércoles, 31 de agosto de 2011

El final del verano llegó

El pop nos lleva martirizando desde sus inicios con el tópico del final del verano con su último beso en la playa, su último helado compartido, el último abrazo, la última mirada y la no menos última palabra gritada acompañada de algunas lágrimas. Lo cantaron los Bee Gees, los Everly Brothers e incluso Elvis Presley. En España lo bordó El Duo Dinámico. Casi todas las canciones decentes del género hablan de despedirse y de abandonar lo que se quiere. La música ligera tiene un poso de tristeza y amargura, de vuelta a la alienante realidad donde no brillamos bajo las estrellas.

El pop es, además de melancólico y romántico, asexuado. Los veranos del amor están compuestos de muchos largos besos, de algún que otro tierno abrazo y de interminables y fatigosos paseos por la playa. Se anda mucho en la música veraniega y se fornica poco. Lo explicitamente sexual sigue siendo tabú para estos herederos de los modosos juglares medievales que saturan nuestros sentidos de caricias mientras rompen las olas en la playa -ojo, un verano sin costa no es verano- y de melenas de pelo que siempre ondulan bajo las manos y rielan a la luz de la luna. 

Como en toda narración que se precie el malo malísimo de opereta es el mes de septiembre, un ser despiadado de nombre sonoro cargado de filosas erres que se empeña en llegar después del día 31 de agosto separando para siempre a forjados amores a base de corazones grabados en cortezas de árboles, en volátiles arenas de playa o en forma de cadenas de fantasía que colgar al cuello, sí, lo sabes, para siempre. Septiembre artero y cruel. El único bandido del calendario.

Sólo una cosa ha quedado destruida en la engrasada narrativa del final del verano: las cartas de los enamorados. Internet ha relegado al basurero de la historia al 'Mr. Postman' de los Marvelettes, que ya por mucho que corra jamás podrá ganar al correo electrónico, a la mensajería instantánea y a las redes sociales. Adiós a las cartas perfumadas llenas de desgarradores poemas y alguna que otra lágrima no enjugada. Adiós a los dibujos y la esmerada caligrafía. Adiós a esos nervios cruzados al ir cada mañana al buzón y pelear con los progenitores para mantener el secreto postal.

En el nuevo tiempo, el amor de verano se prolonga en la Red hasta que, inevitablemente, languidece y muere. Hoy más que antes: demasiadas fotos y demasiadas actualizaciones, demasiados comentarios sobre lo bueno que está el nuevo chico de clase y lo bien que se lo pasa uno de fiesta, lo poco que necesitamos a los que están lejos para ser felices. Un amor de verano es como una estación de tren que se va quedando atrás pequeñita y que parece que nunca se va a ir del todo hasta que ya no la vemos. Siempre querremos estar allí y a la vez urgimos a la máquina porque nos deje pronto en casa. Lo bueno de viajar en tren y de todo amor de verano es esa íntima esperanza de que detrás de un recodo aparezca otro apeadero y otro amor, de invierno a poder ser.

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